Creo que la primera vez que oí hablar de Antonin Artaud fue a fines de los 80, en una canción de Bauhaus del álbum Burning from The Inside (Nota: No escuchar en días de depresión porque se corre peligro de muerte por suicidio). Un amigo me puso al tanto de quién era Artaud y así encontré algo de información sobre este poeta, dramaturgo, ensayista, maldito francés.
Justamente estaba pasando por una época de mucho “after punk”, “dark” y el sonido británico pre grunge. Días de diseño gráfico, silk screen, y la oficina Impresión Diseños, uno de mis primeros emprendimientos que funcionó bastante bien. Sin embargo, eran días de romántica bohemia, poesía y largas conversaciones de bar. Valparaíso recién comenzaba a recuperar su movimiento nocturno de pubs y locales, y todavía lucía viejo y sórdido.
La atmósfera y el ambiente eran ideales para conocer a Artaud. De una vida terrible de sanatorios y casas de locos, prostíbulos y tratamientos de electro shock. La genialidad de un loco demasiado lúcido, demasiado inspirado, demasiado bendecido por musas malditas y terribles que terminaron por condenarlo a un surrealismo en carne propia, la tragedia de su propio teatro de la crueldad. El personaje ideal para la atmósfera enrarecida del puerto y de esas noches interminables de amanecidas en cualquier lugar.
Me alejé corriendo de Artaud. Toda la nebulosa de esa época nihilista terminó por darle un golpe fuerte a mi timón, llevándome a aguas más tranquilas y calmas.
Me lo volví a encontrar de una forma extraña. De alguna forma Artaud vino a recordarme que lo dejé pendiente, que me escapé de aquellos días oscuros, que suspendí una búsqueda en donde ya tenía un lugar, en donde ya tenía un pasaporte timbrado a un viaje que no quise emprender. Me fugué de la poesía bohemia, escapé por una ventana de ese barco que se hundía. Até a mis demonios y los encadené al control quién sabe hasta cuando.
Al cabo de un tiempo, conversaba con un amigo sobre cómics y poesía, y le comenté sobre este personaje oscuro. Me dijo inmediatamente que lo conocía y que tenía su historia bizarra ligada a Artaud. Tenía en su casa, en una bodega, una caja arrumbada llena de libros. Un día fue a buscar unos textos que recordaba tenía en esa caja y su desagrado fue tremendo cuando pudo comprobar que todo el contenido había sido comido y roído por ratones. No había quedado nada, todo estaba desintegrado en una molienda de papelitos polvorienta. Cuando se dedicó a revolver los vestigios para ver si quedaba algo, aparecieron dos libros que las ratas habían solo roído en sus orillas: “El ombligo de los limbos” y “El Momo y otros poemas”, ambos de Antonin Artaud. Ambos que conservo hasta hoy com un legado.
Terriblemente mágico que las ratas degustaran todos los libros y rechazaran los del loco Artaud o…
… que las ratas perdonaran la vida de estas obras del poeta sórdido y maldito. El marginal, tan marginal como las ratas mismas.
Antonin Artaud. El poeta que ni las ratas quisieron comer
Antonin Artaud. El poeta que las ratas reconocieron y perdonaron.
Nacido y criado en Valparaíso.
Originalmente es Diseñador gráfico y publicista.
Desarrolla su actividad de guía de turismo local desde el año 2002 desde su propia empresa Ruta Valparaíso la que fue creada para realizar circuitos turísticos que den cuenta de la más profunda identidad de Valparaíso.
También es contratado como guía por otras compañías que requieren de sus servicios.